Una costumbre muy extendida entre los amantes de las mascotas es la de hacer rabiar a sus perros. Aunque puede parecer una práctica inofensiva e, incluso, divertida, se trata de algo totalmente desaconsejable que debemos evitar si no queremos llevarnos algún que otro disgusto. Molestarles o hacerles rabiar intencionadamente puede desencadenar en reacciones violentas o comportamientos agresivos. Continúa leyendo y descubre por qué es malo hacer rabiar a nuestro perro.
¿Por qué es malo hacer rabiar a un perro?
Generalmente, los tutores hacen rabiar a sus perros con la intención de divertirse. Incluso, es probable que muchas personas piensen que se trata de una práctica amena que nuestro perro interpretará como una especie de juego.
Lo cierto es que hacer rabiar a un perro es una práctica nociva que redundará negativamente en la relación entre mascota y tutor. Cuando molestamos a un perro, generaremos en él una situación de estrés que puede desembocar en respuestas agresivas. Por ello, es conveniente evitar hacerle rabiar, especialmente en momentos clave como el descanso o la comida.
Generalmente, son los perros pequeños los que más sufren este tipo de prácticas por parte de sus tutores. Aunque pueda resultar gracioso hacer rabiar a un chihuahua, lo cierto es que posee dientes afilados y garras que pueden causar daño en aquel que pretenda hacerlo rabiar. Además, los perros pequeños suelen tener un carácter fuerte, lo que aumenta el riesgo de sufrir un ataque o una mala respuesta por parte del perro.
¿Cómo saber si un perro está rabioso?
Un perro puede reaccionar de diversas formas cuando se le hace rabiar:
- Enseña los dientes.
- Gruñe.
- Ladra.
- Se aparta.
- Mueve las patas frenéticamente.
Si tu perro reacciona de esta manera, es una señal inequívoca de que debemos cesar de molestarle inmediatamente. Incluso si tu perro es un santo y no reacciona de ninguna forma, evita hacerle rabiar para no generar en él respuestas de estrés.
¿Por qué mi perro gruñe cuando juega?
Si tienes la suerte de poder criar a un cachorro junto a su madre, observarás cómo éstos suelen morderse y gruñirse unos a otros de forma aparentemente amistosa. Es en este momento cuando los perros aprenden que la mordida descontrolada puede causar daño, y supone un aprendizaje muy valioso que les permite discernir en qué situaciones utilizarla.
Si permitimos que un perro joven o un cachorro nos muerda o gruña durante el juego, estaremos transmitiendo el peligroso mensaje de que “todo vale”. Si no paramos el juego de inmediato, nuestro perro podría malinterpretar la situación, utilizando la mordida como recurso habitual.